"El hambre" de Martín Caparros

LECTURAS AL PASO
El Hambre y los hambrientos
Alrededor del libro "El hambre" de Martín Caparros, editado por Anagrama.

   La mañana del 19 de febrero se han podido leer alarmantes noticias sobre la situación en Níger, ese país olvidado del Sahel: aviación nigeriana confundiendo un funeral con una reunión de terroristas ―bombardeo por error: 37 muertos―; Médicos sin Fronteras anunciando las complicaciones para atender a los refugiados que huyen de los islamistas radicales de Boko Haram decenas de miles de refugiados... Casos evidentes, monolíticos, sin matices, que requieren una intervención. que refuerzan los pactos que se hacen en Europa para combatir el yihadismo allí donde enseñe la patita. 
   Esta misma mañana, más o menos al mismo tiempo, terminaba de leer la primera parte del monumental trabajo del escritor argentino Martín Caparrós, que acaba de publicar Anagrama, titulado El Hambre. El contundente título es suficientemente aclarador sobre el contenido, pero si precisan más información aquí está la ficha del libro en la web de Anagrama. Dedicada a Níger, transcribo aquí algunas frases destacadas de esa primera parte del libro: 
"Acá [en un hospital a 500 km. de la capital], la última semana, murieron 59 chicos del hambre y sus enfermedades" (página 19).
"Uno de cada siete chicos nigerinos se muere antes de cumplir cinco años; en los países ricos se muere uno cada 150" (página 36).
"Níger tenía entonces unos 14 millones de habitantes, de los que casi tres millones eran chicos menores de cinco años. Cada año 200.000 de esos chicos se morían, y la mitad de esas muertes estaba asociada con la desnutrición. Pero en 2005, los menores de cinco se estaba muriendo en una proporción mayor que en cualquier guerra: cinco de cada 10.000 cada día." (página 65).  
     Decir que uno avanza con un nudo en la garganta mientras lee El Hambre es decir poco. Los últimos meses bromeaba cuando hablaba de una de mis novelas favoritas del año pasado (La trabajadora de Elvira Navarro, Mondadori), la recomendaba advirtiendo al posible lector que le gustaría si conseguía pasar del primer párrafo con el deseo de seguir leyendo intacto. En el caso de El Hambre te lo preguntas constantemente: levantas la vista de la lectura, miras a tu alrededor con una especie de mareo o vértigo y te preguntas qué demonios haces leyendo este libro. Aunque no encuentras la respuesta, bajas la vista de nuevo y sigues leyendo. Sigues leyendo, aunque la pregunta no desaparece, una pregunta que el propio autor formula nada más empezar el libro, en unas páginas que sirven de advertencia: 

"Entre tantas preguntas que me hago, que este libro se hace, hay una que sobresale, que replica, que sin cesar me apremia:
   ¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?"
   He parado para escribir esto. Ahora mismo Caparrós me ha llevado a Calcuta. Ya ha dejado Níger, ha hecho un recorrido personal por la historia de la civilización ―civilización: a grandes rasgos, capacidad de la especie humana para dejar de vivir con hambre y de actuar condicionado por ella― y ahora se ha detenido en la India. El recorrido se prevé largo. Y no tengo claro todavía qué busca, a dónde quiere llevarme, qué pretende de mí como lector. Aunque es cierto que ya ha conseguido algo: que lea las noticias de la mañana y me pregunte qué demonios tendría que pasar para que la emergencia del hambre apareciera regularmente en la agenda global, con la capacidad de movilizar recursos y voluntades que tienen otros asuntos como el terrorismo y la seguridad. Probablemente todo empieza por un cambio en la mentalidad de una mayor cantidad de "nosotros", los que podríamos cambiar algo. Martín Caparros piensa que El Hambre, atendiendo a ese objetivo, está destinado al fracaso. Es posible. O quizá no.
   "Uno de los primeros trucos del manual es hablar ―si acaso, cuando no queda más remedio― de un hambre impersonal, casi abstracta, un sujeto en sí mismo: el hambre. Lucha contra el hambre. Reducir el hambre. El flagelo del hambre.
   Pero el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no es el hambre; son esas personas".
   Quizá si una persona ―si una sola persona, con nombres, historia, cara― se muriera de hambre sería un escándalo. Aparecería en todos los diarios, los noticieros de televisión, las redes sociales. El mundo hablaría de ella, la lloraría con tristeza sincera. Gobernantes dirían que es intolerable, algo que no puede repetirse de ninguna manera, prometerían medidas urgentes categóricas. El Papa saldría a su balcón y se haría cruces ―o incluso alguna raya. Sería un rayo en una tarde de verano― no en la tormenta acostumbrada.
    Los términos técnicos evitan la emoción. Supongamos que lo hacen por conciencia profesional, para definir más precisos sus objetos de estudio. O que lo hacen por corrección política, para evitar la ofensa de llamar perro a un perro. Supongamos que lo hacen de onsa, para cumplir mejor con su trabajo; el resultado, en cualquier caso, es que los problemas de miles de millones se tranforman en un texto que sólo entienden unos pocos, mientras la mayoría se queda sin saber de qué va la cuestión. En síntesis, el burocratés funciona como una barrera contra el conocimiento generalizado ―la forma más fecunda del conocimiento."
Martín Caparros, El Hambre, Anagrama, 2015.

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