MARTES, 3 DE ABRIL DE 2012

LECTURAS AL PASO
Un zorro le roía las entrañas
SOBRE DE VIDAS AJENAS Y EL ADVERSARIO, DE EMMANUEL CARRÈRE


            Pienso que la mejor manera de hablar de De vidas ajenas es hablar un poco de su autor, Emmanuel Carrère. No conozco sus primeras obras pero sí pude leer hace unos años El adversario. Quien haya leído esta historia, probablemente no la haya podido olvidar. Su protagonista, Jean Claude Romand, si nada ha cambiado, cumple una condena de cadena perpetua en la prisión francesa de Châteauroux, por el asesinato de su mujer, sus hijos y su perro en 1993. Su historia es fácil de resumir. Durante casi veinte años, después de no presentarse al último examen de su carrera, Romand construyó una vida paralela. Consiguió convencer a todos los que le querían de la autenticidad de esa vida. Mientras pudo, les hizo creer que se había licenciado, que había conseguido un trabajo bien remunerado. Formó una familia, tuvo dos hijos y una bonita casa. Salía todas las mañanas a trabajar pero pasaba los días en bosques, aparcamientos y otros lugares solitarios. Cuando no pudo sostener más su mentira, mató a su familia e intentó suicidarse. Su plan fracasó. Pero sólo en la segunda parte. 


La imagen de la rata, sin embargo, me resulta familiar. Salvo que el animal que a mí me roe por dentro es un zorro. La rata de Étienne procede de 1984, mi zorro de la historia del niño espartano que estudiábamos en la clase de latín. El niño espartano había robado un zorro que guardaba escondido debajo de la túnica. Delante de la asamblea de ancianos, el zorro empezó a morderle el vientre. El niño, en vez de liberarlo y de este modo confesar su robo, se dejó devorar las entrañas sin rechistar, hasta que le sobrevino la muerte.

            Quizá sólo alguien con un zorro que le roe las entrañas, como Emmanuel Carrère, era capaz de enfrentarse a estos hechos. Aunque sea fácil de resumir, no parece sencillo escribir el relato que el propio Jean Claude Romand le contó en la cárcel, si no hay un extrañamiento previo, una sospecha, la sensación de que la inquietante presencia de la nada es un dato inevitable en la vida de las personas. La historia de Romand te atenaza, te paraliza, destruye cualquier confianza.  Da la sensación de que Carrère escribe El adversario fundamentalmente para él mismo, para darle algo de sentido a lo que a todas luces es inconcebible. Decide resistirse al poderoso agujero negro que amenaza con engullir toda la energía que circula a su alrededor. Pero sabe que no puede triunfar. La grandeza de El adversario reside en su voluntad de evitar cualquier discurso que elimine o limite la potencia destructora de esta historia. Quizá sea un engaño pensar que pueda tener algún efecto terapéutico o curativo enfrentarse a la nada. De hecho, no parece posible sumirse en las zonas más oscuras de la naturaleza humana y salir indemne. .Y claro, como el dinosaurio de Monterroso, el zorro de Carrère aún seguía allí.

Le conté a Éttiene que un día fui a ver al viejo psicoanalista François Roustang. Le hablé del zorro que yo aún tenía la esperanza de expulsar descubriendo cómo y por qué, hacia el fin de mi infancia, se había alojado allí, debajo de mi esternón, para comprimirme y roerme el plexo solar. Roustang se encogió de hombros. Ya no creía en las explicaciones ni, por lo demás, en el psicoanálisis, sino sólo en la exactitud de los gestos. Déjelo salir, me dijo. Déjele que se haga un ovillo, ahí, en esa butaca. No tiene otra cosa que hacer. Ya ve, está ahí. Está tranquilo. Y cuando me despedí, al estrecharle la mano: puede dejármelo, si quiere, me dijo. Yo se lo guardo.

            Años después, Emmanuel Carrère se encontraba de vacaciones en Sri Lanka cuando el tsunami que afectó el sudeste asiático golpeo sus costas. La hija de unos amigos que habían conocido murió allí. Al volver a Francia, la hermana de su mujer, madre de tres hijos, moría también de un cáncer fulminante. Estos dos acontecimientos son los que Carrére cuenta en De vidas ajenas. En la contraportada de la traducción publicada por la editorial Anagrama, dice: "En cuestión de pocos meses, fui testigo de dos de los acontecimientos que más temo en la vida: la muerte de un hijo para sus padres y la muerte de una mujer joven para sus hijos y su marido. Alguien me dijo entonces: eres escritor, ¿Por que no escribes nuestra historia?". Por suerte para Carrère, los efectos de enfrentarse al miedo, no son los mismos que los producidos al enfrentarse a la nada. Seguro que no sabía que le esperaba al final de la novela, pero al concluir la historia de una familia que reconstruyó su vida tras la violenta pérdida de una hija, o de otra familia que sobrevivió a la brutalidad del maremoto, da la sensación de que algo se había recompuesto en el interior del escritor. Algo reconfortante surgió también mientras recorría la vida de su cuñada y descubría la manera en que se enfrentó a la fragilidad de su salud hasta el desenlace final. Y algo le aliviaba el desasosiego al relatar la voluntad gracias a la que se convirtió en jueza y cómo, junto a otro juez amigo, el Étienne de las citas que aquí transcribimos, consiguió desde una modesta posición del sistema judicial francés, proteger a los más desfavorecidos. 

               Y, en fin, algo de todas estas tragedias adquirió cierto sentido para Carrère y para el lector, al comprobar cómo el legado de una persona, el peso de sus acciones al pasar por la vida, el recuerdo que perdura en los otros que quiso y la quisieron, se pueden convertir en el arma más potente para enfrentar la inquietante presencia de la nada. La nada seguiría ahí, eterna. Pero al finalizar De vidas ajenas, el zorro que le roía las entrañas a Carrère se había marchado.

Creí que eso resultaría, por un momento. No volví a recoger al zorro, volvió él por su cuenta. Hoy me deja en paz, porque duerme o porque, como espero, se ha marchado definitivamente, pero en la época de mis conversaciones con Étienne, hace tres años, todavía estaba allí. Me hacía sufrir. Y Étienne me ayudaba a escucharle.


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