¿Cuánto (te) pesa tu Dios?
SOBRE LAMENTACIONES DE UN PREPUCIO, DE SHALOM AUSLANDER
Si te das un paseo por la Semana Santa malagueña, son muchas las contradicciones que te vas encontrando. Tales como ese padre moralista que días atrás te decía que no compraba juegos bélicos a sus hijos pero que ahora, con el pequeño de tres años a horcajadas para que no pierda detalle, contempla emocionado (y el niño anonadado y quizás aterrorizado) cómo azotan a Jesús, cómo sangra Jesús, cómo clavan vivo a Jesús en una cruz, etc., y en horario infantil. O como esos otros que llevan devotamente a Jesús sobre sus hombros en un gran acto de sacrificio, y que hacía unos días, como consabidos adúlteros y puteros que son, montaban a jóvenes sudamericanas y asiáticas en el más conocido club de alterne de la ciudad. En fin, se joden un día con gusto y obtienen la amnistía del pecador, y joden, con más gusto aún, durante el resto del año. Sí, son las paradojas de muchos fieles. Creer y no practicar (la religión). Porque ser practicante requiere renunciar a muchos placeres, pero creer no ocupa lugar. Y quién sabe si eso no te libra de que un ser todopoderoso te pueda castigar y mandar al infierno, a ese infierno donde te encontrarás a todos los homosexuales, según anuncia el obispo de Alcalá de Henares. Pero la cuestión es la siguiente: ¿Creemos por miedo a la muerte o al castigo o porque es lo correcto y aparentamos ser gente de bien como muchos malagueños? Shalom Auslander, en Lamentaciones de un prepucio, al contrario que esos devotos de un día, vive con su fe diariamente, pero como él dice, de una manera dolorosa. Lleva a cuestas el implacable peso de su miedo a ser castigado. Judío y con educación ortodoxa, su vida transcurre entre el pecado, la rabia y la búsqueda del perdón. Les dejo una muestra.
- Jodido Cabrón, Le dije a Dios. Jodido, jodido Cabrón.
Yo creo en un Dios personal; todo lo que hago, Él se lo toma personalmente. Las cosas no pasan porque sí.
- Dios le habla a todo el mundo, cada día, decían mis profesores. Pero tienes que escucharlo.
- ¿Por qué yo?, gritaba mi madre mientras pagaba las facturas o preparaba la cena o pagaba la ropa o volvía del dentista. Debo de haber hecho algo malo, decía. No sé el qué, pero algo debo de haber hecho.
Una vez conocí a un rabino que había nacido con una variante leve de parálisis cerebral. No podía doblar la pierna derecha desde la rodilla, y tampoco el brazo derecho desde el codo. Era duro de oído. Estaba perdiendo la vista. Su casa se había quemado. Su hijo mayor se había puesto enfermo y había muerto.
- Dios me está diciendo algo, solía repetir con una sonrisa. ¡Me está diciendo que en la otra vida me espera una gran recompensa!
Hay un viejo chiste acerca de un perro sordo, tuerto y tullido que acaba de la misma manera: "Responde al nombre de Fortunato".
A veces me pregunto si él -y yo- padecemos una forma de síndrome de Estocolmo. Este Hombre nos ha mantenido cautivos durante miles de años, ahora Le alabamos, Le defendemos, Le excusamos, a veces matamos por Él, un ejército de Chillones Devotos que juran fidelidad a su Charlie en el Cielo. Mi relación con Dios ha sido un círculo infinito no de la celebrada "fe seguida por la duda", sino de apaciguamiento seguido por la rebelión; aplacamiento seguido por la indiferencia; por favor, por favor, por favor, seguido de: que Te den, a tomar por culo, jódeTe. No guardo el Sabbath ni rezo tres veces al día ni espero seis horas para comer carne si he tomado leche. La gente que me crió dirá que no soy religioso. Se equivocan. Lo que no soy es practicante. Pero soy religioso de una manera dolorosa, agobiante, incurable, miserable, y últimamente he observado perplejo y consternado, que por todo el mundo hay cada vez más gente que parece estar encontrando Dioses, cada uno de ellos con más odio y más sediento de sangre que el siguiente, mientras yo hago todo lo que puedo por perder el mío. Y fracaso miserablemente.
Creo en Dios.
Para mí es un auténtico problema.
La ternera me inspira muy poca simpatía.
Y entenderás ahora por qué durante mi paseo por Málaga del Viernes Santo, y entre la plétora de devotos, no podía dejar de acordarme de este libro y entablar paralelismos. Así que, tengas o no un Dios, y te pese lo que te pese, leer Lamentaciones de un prepucio te hará reír, entender y recapacitar.
Y para terminar, por alusiones, la lamentación de un prepucio malagueño:
Lamentaciones de un prepucio, de Shalom Auslander. Editado por Blackie Books.
Como sigáis así en este blog os vais a ganar todos una hoguera hasta el fin de los tiempos... ¡ateos!
ResponderEliminarEspectacular Señor Rosa. Es esa hipocresía culta e inculta de los señoritos y del populacho. La Semana Santa de Málaga me llamó la atención desde pequeño por la devoción y el fervor de gente de baja calaña, con cadenones de oro al cuello y tatuajes de Cristos, palmilleros con sombrerito blanco y negro que no dudarían en rajarte de arriba abajo por una mirada (o por cruzar a destiempo delante de un paso, que me ha pasado) pero que son devotos de Dios y de Cristo, de ése que proclamaba el amor a los hombres y que se espantaría de ver su séquito.
ResponderEliminarno se metan con el pueblo, snobs!
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