SÁBADO, 17 MARZO DE 2012

LECTURAS AL PASO
Los griegos y nosotros
SOBRE LA ASESINA, DE ALEXANDROS PAPADIAMANTIS. TRADUCIDA POR LAURA SALAS. EDITORIAL PERIFÉRICA

           Es realmente inusual lo que logra Papadiamantis en La asesina, y por lo que dicen los que han podido leerla, en el resto de su obra también. No es extraño encontrar autores a lo largo de los siglos XIX y XX que toman conciencia de las dificultades de adaptación a la vida urbana moderna y vuelven la mirada hacia universos rurales, ofreciendo un panorama casi idílico, repleto de paisajes bucólicos donde las pasiones humanas pueden desplegarse en sus más intensas y verdaderas dimensiones. Papadiamantis, por el contrario, no proyecta en ningún momento una mirada ajena sobre el mundo que retrata. La virtud de su narración es que consigue adoptar una mirada camaleónica, capaz de fundirse con el entorno hasta hacernos olvidar su presencia.


          Sabemos que Papadiamantis está ahí, relatando la historia de Frangoyanú, la partera que emprende un camino de dudosa eficacia para resolver las penurias de las familias a las que atiende. Pero la crudeza de la vida en una isla griega a principios del siglo XX parece hablarnos directamente, sin mediaciones. La ancestral manera de vivir de los campesinos de Skiathos y la distancia con los ideales de progreso e ilustración que prometían un mundo mejor, no muy lejos de allí, se nos revela con extrema claridad. Y Frangoyanú, la comadrona asesina, a través de Papadiamantis convierte su impotencia en pensamientos y palabras, recordándonos de una vez y para siempre la triste relación entre ignorancia y brutalidad.

           Es digno de resaltar que Alexandros Papadiamantis escribía en kazarévusa, una especie de registro culto de la lengua griega concebido por algunos intelectuales a lo largo del siglo XIX. Que desde esa lengua refinada, que intentaba traer a la modernidad la belleza del griego de los clásicos, haya sido capaz de hacernos visualizar el atavismo y la miseria del preciso lugar donde él mismo nació, creció y finalmente murió, es un verdadero logro. Y cuánto participa en ese logro la traductora de este libro al castellano, Laura Salas, me parece incalculable.

            En 1903, al mismo tiempo se escribía La asesina, en el otro lado del mediterráneo Antonio Machado vio publicado su primer libro de poemas, Soledades. En segundo lugar se encontraba el poema He andado muchos caminos:


"He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas; 
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra...
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra."

         Durante los últimos meses hemos escuchado innumerables veces que nosotros no somos como los griegos, con una insistencia casi repugnante en mostrar lo que nos separa. En mi opinión, no hace falta recurrir a las experiencias comunes que hemos vivido a lo largo del siglo XX. Basta con que lean a Machado. Y lean a Papadiamantis. Comprenderán que hay mucho que nos une a los griegos. Y esos vínculos, hoy y siempre, no son algo de lo que escapar sino algo que nos vendría bien reconocer y, en lo que aún esté en nuestras manos, fortalecer.




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