MARTES, 06 DE MARZO DE 2012

LECTURAS AL PASO
El mono de Lugones
SOBRE EL MITO DEL BUEN SALVAJE Y LOS BENEFICIOS DE LA SOCIALIZACIÓN

      Érase una vez un comerciante que compró un chimpancé en el remate de un circo. A la inversa de lo que teoría de la evolución sostiene, el comerciante había desarrollado una hipótesis en la que los primates eran hombres que, por pereza y falta de interés, habían perdido las facultades propias de los humanos. Con el entrenamiento y la disciplina adecuada, pensaba, sería posible que el animal recuperara un lenguaje articulado y, en consecuencia, la capacidad para el pensamiento abstracto. Aprender, como diría Platón, es recordar. 

      Esta historia la cuenta Leopoldo Lugones en su relato Yzur. En un final de gran patetismo, la teoría del comerciante platónico parece obtener algún resultado. Por el contrario, la historia que narra T. C. Boyle en El pequeño salvaje es el relato de un rotundo fracaso.


      De las historias de niños criados en la naturaleza salvaje, la de Víctor de Aveyron es quizás la más conocida, probablemente debido a la película que rodó François Truffaut. En los albores del siglo XIX, en plena Francia revolucionaria, apareció en los bosques del Languedoc un niño con comportamientos más propios de un animal que de una persona. Se alimentaba de frutos y raíces del bosque. Cazaba pequeños animales y los devoraba sin ningún tipo de preparación. Carecía de habla. Y se podía aventurar incluso que cualquier rasgo de inteligencia, si en algún momento la hubiera poseído, había desaparecido.
                
      Investida del fervor ilustrado, la comunidad científica de la época tomó bajo su protección al niño salvaje, con la intención de inculcarle las virtudes del mundo civilizado. Si el niño respondía a esta educación, se demostraría que la socialización y la cultura proporcionada por la sociedad era capaz de modelar y dirigir la naturaleza salvaje del humano criado entre las bestias. La adquisición del lenguaje y el habla, como en el caso del mono de Lugones, era el objetivo prioritario. Sin embargo, a pesar de ser sometido a una intensiva terapia conductista, Víctor de Aveyron se mostró incapaz de adquirir las habilidades para la que estaba siendo entrenado Nunca aprendería a comunicarse con las personas civilizadas. Por tanto, nunca aprendería a vivir entre ellas. No era una piedra en bruto, concluyeron. Victor de Aveyron era, simplemente, un deficiente mental.

      La historia de Víctor de Aveyron es francamente triste. Como el mono de Lugones, su respuesta al programa "civilizatorio" al que fue sometido pasó por distintas fases, pero una característica se imponía constantemente: cuanto más avanzaba por la senda marcada y más se acercaba al modelo deseado por sus tutores, más apesadumbrado se encontraba. El rechazo a la educación ofrecida era al mismo tiempo una defensa frente a la negación de su propia naturaleza.
"Para Víctor no significaba nada. Los muros, el cielo raso, la visión de los árboles lejanos y el cielo y todo el poder de la vida que brotaba de la tierra bajo sus pies no significaban nada. Ya no."
      ¿Qué es lo que nos hace humanos? ¿Los frutos de una inteligencia correctamente desarrollada? ¿La destreza y la pericia de unas habilidades superiores producto de nuestro lugar en la evolución? Durante casi diez años de entrenamiento Víctor de Aveyron no fue capaz de alcanzar el estatus necesario para poder ser considerado una persona como cualquier otra. Recién cumplidos los veinte, sin ningún interés para la ciencia, fue dentregado al cuidado de Madame Guerin y su familia, una mujer que durante todos los años de su educación se había encargado de alimentarlo, vestirlo, lavarlo y demás atenciones que en ocasiones las personas dispensan a aquellos que lo necesitan.
"Tenía cuarenta años cuando murió"
      Ojalá que durante los veinte años restantes de su vida, aquellos que T. C.Boyle no nos relata porque nada se sabe de ellos, Víctor de Aveyron pudiera recibir y acoger alguno de los otros dones de la naturaleza humana que no tienen que ver con la inteligencia. Al fin y al cabo, ¿no son estos últimos los que más deseamos también para nosotros mismos y para aquellos que queremos?


El pequeño salvaje, T.C. Boyle. Editorial Impedimenta, 2012. Traducción de Juan Sebastián.

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