La vida cotidiana de las familias normales
TRES NOCHES, AUSTIN WRIGHT, SALAMANDRA, 2012.
Fui al cine para ver En la casa, la última película francesa que ha conseguido hacerse un hueco en la cartelera española. Está basada en la obra de teatro El chico de la última fila del dramaturgo español Juan Mayorga (que fue publicada por la editorial Ñaque), lo cual resulta bastante evidente por la estilización de su estructura: no más de seis personajes y cuatro escenarios. El planteamiento es bastante original: un profesor encarga una redacción a sus alumnos. Uno de los trabajos le genera mucho interés: es un texto en el que habla de la vida doméstica de la familia de otro alumno de la clase, como si la conociera de primera mano. A partir de ahí... la trama y el desenlace.
Al acabar, tuve una sensación muy parecida a la que me dejó la lectura de una de las últimas novelas que ha publicado la editorial Salamandra: Tres noches. Hay algo en común en ellas, al menos para mí: la vida cotidiana de las familias normales parece la cubierta de una olla a presión que puede saltar en cuanto algún elemento extraño se cuela en la cocción.
¿Quieres saber algo más de Tres noches?
Supongo que todos hemos sentido alguna vez que el azar juega contigo de
extrañas maneras. Lo que en un principio creemos una casualidad se
manifiesta con el paso del tiempo como un acontecimiento dispuesto para
materializarse en tu vida. No quiero sugerir que haya sucesos que están destinados a
nosotros, sino que dadas unas determinadas circunstancias todo parece
señalar que hay cosas que pasan de la única manera que podrían pasar.
Como por ejemplo que acabara leyendo Tres noches de
Austin Wright. Caminaba por la librería hablando de cualquier otra
cosa, cuando me fijé en la portada de este libro en el suelo, aún sin
colocar. Era una de las reconocibles portadas de la editorial
Salamandra, pero había algo que llamaba la atención en ella. Quizá que
la fotografía rectangular era más pequeña de lo habitual, quizá que el
contenido de la fotografía sugería un contenido diferente del que suele
ofrecer el catálogo de Salamandra: la imagen de una mujer joven,
encuadrada en un plano medio que deja claro que está al volante de un
coche y que el coche está detenido o al ralentí, una mujer cuya mirada
permanece fija en el ángulo superior izquierdo de la fotografía, con
algo que parece inquietud, desasosiego o sorpresa.
Sorpresa, inquietud, desasosiego... Tres noches
te lo ofrece en grandes cantidades. Dicen que está novela fue publicada
sin suscitar mucha atención hace casi treinta años y que sólo con su
reedición en inglés consiguió la publicidad que merecía. Y es que Tres noches parece
uno de esos traumas que cumplen la máxima psicoanálitica que dice que
lo que se tapa y esconde, vuelve luego con más fuerza. El mecanismo es
simple, pero funciona. Tres noches es la historia de una mujer como cualquier otra, una mujer de clase media, bien educada y civilizada (civilizada es
una palabra que aparece constantemente y no es casualidad) que recibe
una nota de su primer marido, con el que no mantiene relación desde hace
quince años, solicitándole que lea y critique una novela que por fin ha
escrito. Por otro lado, tres noches es el tiempo que tarda la mujer en leer esa novela, Animales nocturnos,
la historia de un hombre llamado Tony Hastings y su familia. No hay nada demasiado
original en la novela que lee esta mujer: violencia, intriga y misterio
presentados de tal manera que no ganarían un premio de novela negra. Ni
tampoco hay demasiada originalidad en el modo en que los sucesos de Animales nocturnos
afectan y conmueven la vida de la mujer que lee. Sin embargo, hay algo
perverso y malicioso en la manera en que se conectan ambas historias,
algo que hace los gestos de incomodidad de la protagonista mientras lee
una novela, se reproduzcan en el lector mientras lee la novela en la que
ella es la protagonista. De alguna extraña manera, descubres que las
zonas de seguridad que sostienen la vida de esa mujer apacible se
desarman con la irrupción de lo inesperado, tanto como las vidas de Tony
Hastings y su familia. Y vislumbras que lo inesperado son esos
acontecimientos que, bajo la forma de la casualidad, tiende a
materializarse y desarmar las vidas más civilizadas.
No tengo claro que la normalidad en la que se instala la vida cotidiana de las apacibles familias acomodadas sea tan frágil. Pero es evidente que muchos autores contemporáneos, entre ellos Austin Wright, así lo piensan. Quizá tengan razón, porque supongamos... ¿qué pasaría si esta Navidad, reunidas nuestras familias normales, no funcionarán las televisiones en los salones de nuestras casas?
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