Libros, libreros y librerías conjurados contra el olvido
Lunes 14 de marzo, 19.00 horas: Presentación de El último día de Terranova con la presencia de Manuel Rivas, presentado por Fernando Ferro
Gracias a la colaboración de Alfonso Rodríguez, nuestro comercial de la editorial Alfaguara (del grupo Penguin Random House), Manuel Rivas visitará la librería el lunes 14 de marzo para dialogar sobre su nueva novela con todos los que tengáis a bien acompañarnos desde las 19 horas. Presentar al autor de Qué me quieres amor, El lapiz del carpintero o Los libros arden mal probablemente es innecesario, pero aún así le hemos pedido a Fernando Ferro, galego ilustre en Vallekas pero sobre todo amigo, que hiciera la presentación. Nos acompañará el próximo lunes en la presentación de El último día de Terranova pero, mientras tanto, nos ha dejado este bello y combativo texto para abrir boca. Lo ha titulado El último día de Terranova: un largo poema de amor
sobre libros, libreros y librerías conjurados contra el
olvido y dice así:
Manuel Rivas dispone de carnet profesional, y ha ejercido,
de periodista, además de escribir novelas y guiones para el cine, pero creo que
sobre todo es poeta. No lo digo porque haya publicado algunos libros del
género ―en muchas ocasiones los libros así catalogados no contiene ni trazas
del producto etiquetado, como en los ripios sabineros―, sino porque todo lo que escribe está impregnado de sentido
poético. Tanto es así, que estoy seguro de que si le encargaran redactar un
prospecto para un medicamento o el manual de uso para una motosierra, le saldría en verso, tal
vez libre, pero verso al fin y al cabo. Por otra parte, como siempre es bueno
desautorizar a algún maestro, ahora le va a tocar al malévolo, cultísimo,
inteligentísimo y ciego para lo próximo Jorge Luis Borges, que decía más o
menos que los periodistas escriben para el olvido. Una dolorosa e
incontestable verdad, siempre que el periodista no vea más allá de lo cercano e
inmediato, y siempre que no se llame Manuel Chaves Nogales, Josep Pla,
Wenceslao Fernández Flores, Truman Capote o George Orwell, y quien sabe si
Manuel Rivas, por ejemplo. Ese sentido de lo poético le lleva a mantener una
innegociable y duradera amistad con Xurxo Souto, uno de los Diplomáticos de
Montealto, barrio coruñés del que ambos proceden, y personaje de creatividad
desbordante, además de cualificado retranqueiro, casi me atrevería a tratarle
de gran experto en el país donde la disciplina es el arte nacional. Retranca,
para los habitantes de la meseta, se podría traducir por sentido del humor,
ironía y sarcasmo en proporciones variables y según la ocasión lo requiera,
además de una cantidad imprevisible de mala hostia.
Como tenemos entre las manos una novela del Oeste, bueno del
Noroeste, hay buenos y malos. Los malos, malos son dos gallegos con alma de
corcho y el tercero un criminal argentino, amparado por éstos. Hay otros malos
de menor fuste, como el chivato de la
policía política destinado en la librería, que da más pena que miedo y los
especuladores urbanísticos que dan más miedo que pena. Por orden de crueldad,
el primero es el actual Presidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay
Becaría, sicario del régimen criminal del
general golpista Francisco Franco y demócrata de toda la vida desde el
advenimiento de la cojitranca democracia en la que vivimos. Ël solo o en
compañía de otros cómplices, que fueron sus antecesores en el cargo, fue
responsable de la tardía, aunque luego eficaz campaña de vacunación contra la
poliomielitis, que desde principio de los años cincuenta venía dejando
paralíticos o con lesiones irreversibles a 1.500 ó 2000 niños pobres cada año
en España ―a los niños bien los vacunaban en centros privados y ya desde 1955
se vacunaba masivamente en los Estados Unidos―. Llegó en 1963 a la Secretaría
General de Sanidad y hasta el año siguiente se demoró el inició de la campaña,
que tuvo como uno más entre sus miles de víctimas al protagonista de la novela.
Como prueba irrefutable de la realidad narrada, mi amigo Enric, aparejador de
Olesa de Montserrat, sigue jugando de portero porque las secuelas que le
dejó la polio nunca le han permitido
otra cosa. Por aquel entonces, lanzaba la policía política a los comunistas por
las ventanas de la Dirección General de Seguridad, para fusilarlos después ―hablo de Julián Grimau― mientras celebraban los XXV años de Paz, cuando Manuel
Fraga era Ministro de Información y Turismo, y declaraba que el comunista había
recibido un trato exquisito. También tuvo un funesto protagonismo, junto a su
jefe Manuel Fraga Iribarne en la matanza de los obreros de Vitoria, en marzo de
1976, entonces era Subsecretario del Ministerio de Gobernación. Vuelven a darse la mano la novela y la realidad en la conexión argentina, y en ambas entra
Rodolfo Eduardo Almirón Sena, excomisario de la policía de Buenos Aires,
expulsado del cuerpo por connivencia con el crimen organizado y reenganchado
como jefe operativo de los asesinos de la Triple A. Responsable del secuestros,
torturas, robos de bebés y asesinatos de profesores universitarios,
sindicalistas, estudiantes y trabajadores en general, protegido en nuestro país
por Manuel Fraga que lo convirtió en su jefe de seguridad. Personaje sórdido
donde los haya, que amedrentaba hasta a sus vecinos de la Corredera Baja de San
Pablo donde convivía en un ático con una señora y dos temibles perros. Murió
hace no mucho en Buenos Aires, habiendo vivido ocultado y protegido durante
treinta años por los sucesivos gobiernos democráticos de España.
Evitándole el previsible y justo castigo
que con toda probabilidad le impondría
la justicia argentina, porque el Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero negó la extradición que desde allí se reclamaba. La cal viva que
mancha las manos del sevillano Felipe X, junto a las tropelías cometidas por
los GAL en los que el matón tuvo mucho que ver, podría aproximar una
explicación de este hecho miserable. Los buenos y generosos son los profesores,
artistas, escritores y otros hombres de bien, que pretendieron llevar la luz de
la Ilustración a la oscura y apartada Galicia, poblada de gentes temerosas, ignorantes y humilladas. La clave
de bóveda de esa reconstrucción
nacional galega estaba, y está, en la educación y la cultura. Hay una frase
luminosa que se convierte en el eje de toda la novela, y donde se resume el
compromiso de los ilustrados galegos: sacar al pueblo gallego de sus lastres
atávicos de miedo e ignorancia. Muchos fueron los instrumentos utilizados,
algunos los cita por extenso Manuel en su novela-poema, el Seminario de
Estudios Galegos de Cuevillas y muchos otros científicos, la Enciclopedia
Galega de Otero, Xocas y tantos más, de
los partidos políticos progresistas-socialistas-nacionalistas de Castelao y
Bóveda que se apoyaban en el impulso
renovador de las Irmandades da Fala.
Después de la derrota infinita padecida por el impulso renovador de la II
República que propiciaron los militares golpistas, el enorme esfuerzo de
reconstrucción en el exilio generoso de Méjico, Carlos Velo y Arturo Souto, y
en la más poblada ciudad galega del planeta, Buenos Aires, de Luis Seoane,
Arturo Cuadrado, Eduardo Blanco Amor y tantos y tantos rastros perdidos y
puestos en negro sobre blanco en su relato. La lectura de este pliego de
evocaciones , ha tirado del hilo de mi memoria y me ha recordado a dos
periodistas valerosos, tapados por la
banalidad de los medios pesebristas del poder, Xavier Vinader y Pepe Rei.
Dicho lo anterior, que podría despertar cierto interés por
su lectura, hay que admitir que la novela no es fácil de leer. Requiere un
esfuerzo de concentración por parte del lector ocioso y distraído, que se ve
ampliamente recompensado por la gran cantidad de datos, matices históricos y
momentos de plenitud lírica que ofrece. Desde el punto de vista estilístico no
se trata de una novela-río del Oeste, es un texto asincopado con diálogos que
aligeran las múltiples y atinadas reflexiones que acuden a la compleja mente
del protagonista-narrador, tullido por la infección sin vacuna previa de la
poliomielitis, librero cultivado y resistente a la mediocridad impuesta por el
franquismo y sobre todo enamorado de la bella, imprevisible, vital y porteña
Garúa, la niebla. Víctima propiciatoria en el altar de la libertad, seguramente
innecesaria.
También es una novela que hace del libro y del conocimiento
un mito trascendente, concediéndole una importancia que a muchos nos gustaría
que tuviera, pero que la experiencia diaria nos demuestra lo contrario. Un
texto justo y necesario, aunque no suficiente, porque aún queda mucho por saber
sobre buenas y malas vidas de tiempos tan oscuros. Obra de lectura
absolutamente recomendable, porque contiene una inspirada oda llena de amor
“pola nosa terra” y sobre todo por sus gentes ilustradas, buenas y generosas de uno y otro lado de la
mar océana. También por esas gentes del pueblo tan maltratadas por el poder,
que les lanza al furtivismo para sobrevivir o a la simple y llana delincuencia
menor, a pesar de poseer convicciones morales muy superiores a las de los poderosos. Poesía galega en estado puro,
que convoca a esa “terra nova” a la que nunca llegamos.
Fernando Ferro /Marzo 2016
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