Desfachatez intelectual: ¿un problema de todos?
Miércoles 13 de abril, 19.00 horas: Presentación de La desfachatez intelectual con la presencia del autor Ignacio Sánchez Cuenca, acompañado del periodista Luis Rodríguez Aizpeolea.
Hace un par de años conocimos a Ignacio Sánchez-Cuenca cuando visitó Muga acompañado de Jesús Maraña para presentar sus dos libros anteriores. Desde entonces nos hemos alegrado comprobando cómo su presencia en el debate público ha ido aumentando progresivamente hasta la actualidad. En la opinión de quien escribe, esta es una buena noticia para el debate publico, para esa conversación que toda sociedad democrática debe alimentar. Sin ella, no sólo resulta difícil obtener alguna respuesta a los problemas que enfrenta toda, sino que se vuelve muy difícil encontrar las preguntas adecuadas.
De este asunto, de la "calidad" de nuestro debate público, viene escribiendo Ignacio Sánchez-Cuenca desde hace tiempo. Alguno de los análisis que recopila en este ensayo ya pudimos verlos esbozados en artículos de Infolibre o Ctxt e incluso en libros anteriores. Pero en La desfachatez intelectual, editado en febrero de este año por La Catarata, reúne y analiza suficientes ejemplos para plantear la siguiente cuestión: ¿qué autoridad le estamos concediendo a algunos "figurones" intelectuales cuando consiguen ocupar importantes espacios en los medios de masas, difundiendo opiniones que carecen del suficiente rigor? ¿Cuánto se resiente la conversación democrática cuando la intervención de figuras de relumbrón consigue distorsionar el debate hasta níveles en que puede perder su valor?
Por suerte, para explicar mejor los planteamientos de La desfachatez intelectual, contaremos el próximo miércoles 13 de abril, a las 19 horas, con la presencia de Ignacio Sánchez-Cuenca, que estará acompañado del reconocido periodista vasco Luis Rodríguez Aizpeolea. Alguna de las preguntas que le dirigiremos al autor, están incluídas en la reseña del libro que os dejamos a continuación.
Nadie debería escandalizarse ante la publicación de un libro como La desfachatez intelectual. La polémica entre personajes públicos destacados ha producido abundantes beneficios al debate público en cualquiera de las sociedades democráticas modernas. Son buenos ejemplos, entre los antiguo, la discusión sobre el voto femenino entre Clara Campoamor y Victoria Kent o, entre los más actuales, los múltiples debates públicos en los que participó el filósofo alemán Jürgen Habermas alrededor de la construcción europea.
Pero los beneficios de esa polémica capaz de "enriquecer la sopa" del debate democrático sólo se cuentan si lo que se pone en juego es un verdadero debate dialéctico y no sólo una polémica ad hominem, en la que el supuesto honor de los intelectuales se dirime en justas repletas de retórica. O sea, no son lo mismo los dardos poéticos entre Góngora y Quevedo que la polémica de Valladolid (1550-1551) entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepulveda sobre el alma de los indios.
La intención manifiesta de Ignacio Sánchez-Cuenca en este polémico ensayo no es desprestigiar a determinados intelectuales y minar su reconocimiento social (aunque el resultado puede ser ese...) sino mostrar las carencias en cuanto al rigor y la profundidad de determinadas intervenciones de intelectuales a los que concedemos una autoridad nociva para el debate público. Por tanto, aunque nos encante ver cuestionados los nombres de tantos por escrito, olvidemoslos por un momento. Por mucho que que podamos pensar que algunos de ellos podrían ser apartados de la conversación y que esta no se resintiera, lo que le interesa señalar a Sánchez-Cuenca son intervenciones de estos intelectuales que ejemplifican con claridad el modelo de intelectual sentencioso, providencial o "machista" (en el sentido discursivo de Marco Gambetta) que predomina en el debate político.
La crítica de Sánchez-Cuenca se mueve, en mi opinión, en el filo de una navaja y creo que dependerá de la sensibilidad del lector formarse su propia opinión: en varias ocasiones señala que no es intención acusar a los impostores y concluir que sólo los expertos deben participar en el debate público, que su única intención es mostrar los problemas que surgen del intelectual profético o milagroso, que interviene como "rayo divino iluminando el camino por el que todos debemos transitar".
El filo de la navaja es evidente: ¿hasta dónde o, mejor aún, desde dónde se puede opinar en el debate político sin ser "laminado" por los expertos? Y, por el contrario, ¿hasta dónde o desde dónde puede la comunidad de los expertos reclamar una cierta autoridad frente a la confluencia entre libertad de expresión e igualdad política, que está en el fundamento de la construcción social democrática? Cada lector tendrá su opinión. En la mía, lo más reseñable de La desfachatez intelectual es la satisfactoria resolución de este "paseo por un desfiladero" que emprende Sánchez-Cuenca. Creo que la conclusión del libro, "El ocaso de los figurones", podría convertirse perfectamente en el libro blanco de cualquier publicacion que pretendiera dar cuenta del estado del debate público en una sociedad democrática. Y creo la explicación de los cuatro elementos (estudio previo, crítica abierta, garantía de valor añadido y cuestionamiento de la autoridad) que Sánchez-Cuenca considera las mejores herramientas "para revitalizar nuestra conversación colectiva sobre los asuntos públicos" (p. 215) podría ser estudiado en cualquier facultad de ciencias políticas española.
Por otra parte, habría una cierta crítica que se le podría lanzar a Ignacio Sánchez-Cuenca en cuanto a la elección de sus ejemplos en La desfachatez intelectual. En efecto, los temas principales de los que toma los artículos y las opiniones de los intelectuales son esos asuntos que han copado nuestro debate público desde hace décadas (la cuestión nacional y el "ser de España", el terrorismo o la crisis económica, sus consecuencias y el regeneracionismo como opción política). Son asuntos que, tal como señala Víctor Lapuente en El retorno de los chamanes, un libro que cita el propio Ignacio Sánchez-Cuenca, son demasiado grandes para construir sobre ellos ningún cruce real de opiniones, ninguna retórica productiva, ninguna política pública capaz de implantar cambios verificables. La crítica que se le podría hacer a La desfachatez intelectual es haberse centrado precisamente en aquellos asuntos donde más probabilidades tienen los intelectuales de desbarrar, es decir, elegir la vía fácil para criticarlos. Pero esta crítica, en mi opinión, se vuelve precisamente a favor del autor, porque como decíamos al principio lo que le interesa es denunciar la "impunidad" con la que actúan algunos intelectuales y para eso es muy útil señalar cuáles son los "espacios de impunidad" más habituales. Es más difícil defender en público opiniones desinformadas o maliciosas si se habla de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres o de los derechos de minorías, por poner un par de ejemplos. Pero sí hay un caldo de cultivo que lo permite si hablamos de nacionalismos, terorrismos o economía. Por vías diferentes, Sánchez-Cuenca y Lapuente llegan a una conclusión similar: es recomendable establecer algunas reglas en el debate público para que este cumpla su función.
Finalmente, hay una tercera crítica que sí se podría volver en contra del autor y que imagino que alguno ya habrá realizado, con colmillos más afilados que los míos. Porque sí hay algo que falta en este libro, no cabe duda, son ejemplos de desfachatez intelectual en las filas de la izquierda política. El que suscribe, que forma parte de la tradición de la izquierda política en España, lo echa de menos. Porque se han dicho, se dicen y se dirán muchas opiniones desinformadas, insensatas e incluso malintencionadas en "nuestras propias filas". Y conviene tener herramientas para poder desmontarlas, fundamentalmente para que aquellos que defienden un discurso desde ese espacio simbólico que es "la izquierda" se autoricen a participar en el debate público con todas las consecuencias, promoviendo algo que parece alquimia pero quizá sólo es química: hacer que confluya en un espacio común el así llamado "pensamiento crítico" con ciertos procedimientos y conocimientos con los que se construye el saber sobre lo social y lo político.
Esta última crítica, tal como yo lo veo, no cuestiona en absoluto el eje argumental de La desfachatez intelectual, un libro que debería convertirse en puntal imprescindible para el enriquecimiento del debate público, especialmente en lo referido a aquellos asuntos que se han envenenado hasta resultar prácticamente intragables.
De este asunto, de la "calidad" de nuestro debate público, viene escribiendo Ignacio Sánchez-Cuenca desde hace tiempo. Alguno de los análisis que recopila en este ensayo ya pudimos verlos esbozados en artículos de Infolibre o Ctxt e incluso en libros anteriores. Pero en La desfachatez intelectual, editado en febrero de este año por La Catarata, reúne y analiza suficientes ejemplos para plantear la siguiente cuestión: ¿qué autoridad le estamos concediendo a algunos "figurones" intelectuales cuando consiguen ocupar importantes espacios en los medios de masas, difundiendo opiniones que carecen del suficiente rigor? ¿Cuánto se resiente la conversación democrática cuando la intervención de figuras de relumbrón consigue distorsionar el debate hasta níveles en que puede perder su valor?
Por suerte, para explicar mejor los planteamientos de La desfachatez intelectual, contaremos el próximo miércoles 13 de abril, a las 19 horas, con la presencia de Ignacio Sánchez-Cuenca, que estará acompañado del reconocido periodista vasco Luis Rodríguez Aizpeolea. Alguna de las preguntas que le dirigiremos al autor, están incluídas en la reseña del libro que os dejamos a continuación.
Nadie debería escandalizarse ante la publicación de un libro como La desfachatez intelectual. La polémica entre personajes públicos destacados ha producido abundantes beneficios al debate público en cualquiera de las sociedades democráticas modernas. Son buenos ejemplos, entre los antiguo, la discusión sobre el voto femenino entre Clara Campoamor y Victoria Kent o, entre los más actuales, los múltiples debates públicos en los que participó el filósofo alemán Jürgen Habermas alrededor de la construcción europea.
Pero los beneficios de esa polémica capaz de "enriquecer la sopa" del debate democrático sólo se cuentan si lo que se pone en juego es un verdadero debate dialéctico y no sólo una polémica ad hominem, en la que el supuesto honor de los intelectuales se dirime en justas repletas de retórica. O sea, no son lo mismo los dardos poéticos entre Góngora y Quevedo que la polémica de Valladolid (1550-1551) entre Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepulveda sobre el alma de los indios.
La intención manifiesta de Ignacio Sánchez-Cuenca en este polémico ensayo no es desprestigiar a determinados intelectuales y minar su reconocimiento social (aunque el resultado puede ser ese...) sino mostrar las carencias en cuanto al rigor y la profundidad de determinadas intervenciones de intelectuales a los que concedemos una autoridad nociva para el debate público. Por tanto, aunque nos encante ver cuestionados los nombres de tantos por escrito, olvidemoslos por un momento. Por mucho que que podamos pensar que algunos de ellos podrían ser apartados de la conversación y que esta no se resintiera, lo que le interesa señalar a Sánchez-Cuenca son intervenciones de estos intelectuales que ejemplifican con claridad el modelo de intelectual sentencioso, providencial o "machista" (en el sentido discursivo de Marco Gambetta) que predomina en el debate político.
La crítica de Sánchez-Cuenca se mueve, en mi opinión, en el filo de una navaja y creo que dependerá de la sensibilidad del lector formarse su propia opinión: en varias ocasiones señala que no es intención acusar a los impostores y concluir que sólo los expertos deben participar en el debate público, que su única intención es mostrar los problemas que surgen del intelectual profético o milagroso, que interviene como "rayo divino iluminando el camino por el que todos debemos transitar".
"No quiero decir con ello que el debate deba ser monopolizado por expertos. Todo el mundo tiene derecho a intervenir en la esfera pública, faltaría más. Pero se deben exigir unos mínimos, de manera que las intervenciones ante el público tengan más nivel que la conversación propia del casino decimonónico. (...) No defiendo, pues, una tesis gremial, consistente en reservar la tribuna y la columna al especialista; lo que defiendo es que las reglas que se emplean para juzgar si un argumento está bien construído y tiene a la realidd de su parte se apliquen a todos por igual, incluyendo a los escritores más consagrados." (p. 18-19).Este modelo tan propio de la vida política española, procede quizá del concepto católico de autoridad (frente a las sociedades centroeuropeas enraizadas en la reforma protestante y en la libertad de interpretación) y frena o al menos limita lo que para Sánchez-Cuenca es el valor fundamental del conocimiento: un modelo colectivo, colaborativo y acumulativo en el que cada intervención en el debate público habría de empezar con el reconomiento de "lo que ya se sabe" por la comunidad y a partir de ahí opinar, expresar ideas, apuntar nuevas direcciones, etc... que deberán ser juzgadas, valoradas e incorporadas a un cierto consenso, en el mejor de los casos.
El filo de la navaja es evidente: ¿hasta dónde o, mejor aún, desde dónde se puede opinar en el debate político sin ser "laminado" por los expertos? Y, por el contrario, ¿hasta dónde o desde dónde puede la comunidad de los expertos reclamar una cierta autoridad frente a la confluencia entre libertad de expresión e igualdad política, que está en el fundamento de la construcción social democrática? Cada lector tendrá su opinión. En la mía, lo más reseñable de La desfachatez intelectual es la satisfactoria resolución de este "paseo por un desfiladero" que emprende Sánchez-Cuenca. Creo que la conclusión del libro, "El ocaso de los figurones", podría convertirse perfectamente en el libro blanco de cualquier publicacion que pretendiera dar cuenta del estado del debate público en una sociedad democrática. Y creo la explicación de los cuatro elementos (estudio previo, crítica abierta, garantía de valor añadido y cuestionamiento de la autoridad) que Sánchez-Cuenca considera las mejores herramientas "para revitalizar nuestra conversación colectiva sobre los asuntos públicos" (p. 215) podría ser estudiado en cualquier facultad de ciencias políticas española.
Por otra parte, habría una cierta crítica que se le podría lanzar a Ignacio Sánchez-Cuenca en cuanto a la elección de sus ejemplos en La desfachatez intelectual. En efecto, los temas principales de los que toma los artículos y las opiniones de los intelectuales son esos asuntos que han copado nuestro debate público desde hace décadas (la cuestión nacional y el "ser de España", el terrorismo o la crisis económica, sus consecuencias y el regeneracionismo como opción política). Son asuntos que, tal como señala Víctor Lapuente en El retorno de los chamanes, un libro que cita el propio Ignacio Sánchez-Cuenca, son demasiado grandes para construir sobre ellos ningún cruce real de opiniones, ninguna retórica productiva, ninguna política pública capaz de implantar cambios verificables. La crítica que se le podría hacer a La desfachatez intelectual es haberse centrado precisamente en aquellos asuntos donde más probabilidades tienen los intelectuales de desbarrar, es decir, elegir la vía fácil para criticarlos. Pero esta crítica, en mi opinión, se vuelve precisamente a favor del autor, porque como decíamos al principio lo que le interesa es denunciar la "impunidad" con la que actúan algunos intelectuales y para eso es muy útil señalar cuáles son los "espacios de impunidad" más habituales. Es más difícil defender en público opiniones desinformadas o maliciosas si se habla de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres o de los derechos de minorías, por poner un par de ejemplos. Pero sí hay un caldo de cultivo que lo permite si hablamos de nacionalismos, terorrismos o economía. Por vías diferentes, Sánchez-Cuenca y Lapuente llegan a una conclusión similar: es recomendable establecer algunas reglas en el debate público para que este cumpla su función.
Finalmente, hay una tercera crítica que sí se podría volver en contra del autor y que imagino que alguno ya habrá realizado, con colmillos más afilados que los míos. Porque sí hay algo que falta en este libro, no cabe duda, son ejemplos de desfachatez intelectual en las filas de la izquierda política. El que suscribe, que forma parte de la tradición de la izquierda política en España, lo echa de menos. Porque se han dicho, se dicen y se dirán muchas opiniones desinformadas, insensatas e incluso malintencionadas en "nuestras propias filas". Y conviene tener herramientas para poder desmontarlas, fundamentalmente para que aquellos que defienden un discurso desde ese espacio simbólico que es "la izquierda" se autoricen a participar en el debate público con todas las consecuencias, promoviendo algo que parece alquimia pero quizá sólo es química: hacer que confluya en un espacio común el así llamado "pensamiento crítico" con ciertos procedimientos y conocimientos con los que se construye el saber sobre lo social y lo político.
Esta última crítica, tal como yo lo veo, no cuestiona en absoluto el eje argumental de La desfachatez intelectual, un libro que debería convertirse en puntal imprescindible para el enriquecimiento del debate público, especialmente en lo referido a aquellos asuntos que se han envenenado hasta resultar prácticamente intragables.
Igor Muñiz
Librería Muga
Ignacio Sánchez Cuenca es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha sido profesor en las universidades de Salamanca, Pompeu Fabra y Complutense, así como profesor visitante en la Universidad de Yale. Es autor de numerosos libros y artículos académicos sobre violencia política, teoría de la democracia, política comparada y política española. Sus últimos libros son Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza, 2014) y La impotencia democrática. Sobre la crisis política española (Los Libros de la Catarata, 2014). Es colaborador habitual del periódico digital infoLibre y de la revista digital Ctxt.
Luis Rodríguez Aizpeolea es licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Deusto. Formó parte de la primera redacción de Egin en 1997 en el País Vasco y del semanario Ere en 1979. Fue corresponsal político de El Diario Vasco de 1981 a 1989. Desde entonces a 2012 fue responsable de la sección de Nacional en El País y posteriormente corresponsal político. Actualmente, colabora en El País, en Los desayunos de TVE y El Debate de La 1; en la radio y televisión vascas (EITB). Colabora, además, en la revista Cuadernos de Alzate, especializada en temas vascos. Es autor de varios libros, los dos últimos son Ciudadano Zapatero y Eta. Las claves de la paz, con Jesús Eguiguren.
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